Unidad

angela figuera aymerich

Ángela Figuera Aymerich
(Bilbao, 30 de octubre de 1902 – Madrid, 2 de abril de 1984)

Después de tanto tiempo quiero retomar esta sección Un día, un poema con Ángela Figuera Aymerich. Como la mayoría de las poetas españolas, no se estudia en los colegios, ni siquiera en las carreras de Filología Hispánica, como casi ninguna otra mujer de su generación o de ninguna otra.

El poema que comparto pertenece a su libro El grito inútil, publicado por primera vez en 1952 pero que tomo de la reedición que la Asociación de Mujeres Poetas Genialogías hizo en la editorial Tigres de papel, con un hermoso prólogo de la poeta Nieves Muriel. Señala esta última que en la poesía de Ángela Figuera, el movimiento que logra una pregunta al desplazarse (si toda pregunta es cuestión de deseo) puede desbordarnos. La poesía de Figuera lo consigue.

En estos días inciertos, tristes, en los que escuchamos cada día a través de las pantallas la letanía de números de enfermos/as y muertos/as (como si detrás de cada número no hubiese un drama), la poesía es un refugio. No sé si tras esta crisis… (no sé si la preposición «tras» es la adecuada cuando hablamos de un mundo, de un modelo social y de un planeta que lleva décadas en crisis), no sé si cuando nos digan los noticieros, los gobernantes, las autoridades militares, la policía o las autoridades científicas…, cuando nos digan que la crisis sanitaria ha pasado y que podemos volver a la calle, a nuestro trabajo, quien lo conserve, o a esa cacareada «normalidad», no sé si volveremos de otra forma: más conciencias/os, más críticas/os y sobre todo más humanas/os. No lo sé. Aunque me gustaría pensar que sí (o al menos alguna parte de la gente).

Mientras, la poesía, esta poesía que es un deseo, (como todo poema), un grito para desear una vida alzada sobre el lodo.

 

UNIDAD

Si todos nos sintiéramos hermanos.

(¿Pues la sangre de un humano, ¿no es igual a otra sangre?)

Si nuestra alma se abriera. (¿No es igual a otras almas?)

Si fuéramos humildes. (El peso de las cosas, ¿no iguala la estatura?)

Si el amor nos hiciera poner hombre con hombro

fatiga con fatiga

y lágrima con lágrima.

Si nos hiciéramos unos.

Unos con otros.

Unos junto a otros.

Por encima del fuego y de la nieve,

aún más allá del oro y de la espada.

Si hiciéramos un bloque sin fisura

con los dos mil millones

de rojos corazones que nos laten.

Si hincáramos los pies en nuestra tierra,

y abriéramos los ojos, serenando la frente,

y empujáramos recio con el puño y la espalda

y empujáramos recio, solamente hacia arriba,

qué hermosa arquitectura se alzaría del lodo.

 

(Ángela Figuera Aymerich, de su libro El grito inútil, Editorial Tigres de papel)

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